martes, 11 de diciembre de 2012

EL ARBOL DE NAVIDAD.

   Erase una vez una noche de invierno muy cruda , con el cielo sin luna ni estrellas, oscuro por el aguanieves y un manto blanco cubriéndolo todo. Una noche de miedo ...
   La nieve vestía los árboles. Grandes álamos sufrientes, cipreses teñidos, 0livares plata y verde, ahora con atuendos tenebrosos, tiritando de frío.
   Las nubes se amontonan, unas sobre otras y comienzan a caer copos de algodón helado, haciendo un ruido blando sobre la hierba que volviéndose nada esconde su verde.
   Los caminos están arrugados, alfombrados con manchones de plata.
   El caserío se esconde tras las muselinas de la niebla y apenas alcanza a vislumbrarse a través de los resquicios de las ventanas de madera, las candelas temblorosas que rezan suavecitas.
   En medio de tanta soledad, camina un niño aterido, buscando refugio. Un matrimonio de ancianos lo recibe, le cambian las ropas empapadas y le dan un tazón de sopa bien caliente. Se sienta cerca de los leños encendidos, lenguas de fuego voraces. Luego le ofrecen un lecho con sábanas blancas que huelen a lavanda.
   Durante la noche , el niño se convierte en ángel de oro. Antes de despedirse, por la mañana, toma la ramita de un pino y se la da a los abuelos diciéndole que lo siembren y prometiéndoles que cada año daría frutos.
   Y así fue. Todas las Navidades el árbol  se llena de manzanas de oro y nueces de ámbar.
   Y colorín colorado ...